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SAN ABDÓN Y SENEN (Los Santos de la Piedra)

Abdón y Senen murieron martirizados por orden de Decio. Este emperador, tras conquistar Babilonia y otras provincias, hizo prisioneros a cuantos cristianos halló en las tierras, se los llevó consigo a Córdoba y allí, después de torturarlos cruelmente, los hizo matar. Abdón y Senen, que era virreyes, se hicieron cargo de los cuerpos de los mártires y los sepultaron piadosamente. Cuando Decio estaba a punto de regresar a Roma, alguien puso en su conocimiento que ambos virreyes habían hecho. Entonces el emperador indignado, mandó que fuesen apresados, encadenados y conducidos como prisioneros hasta la capital del Imperio, detrás de su séquito y cortejo. Nada más llegar a Roma, Decio reunió el Senado y en sesión presidida por él, dio cuenta a los senadores del delito cometido por Abdón y Senen. El Senado concedió a los acusados opción para elegir entre adorar a los dioses, en cuyo caso salvarían sus vidas y recuperarían su libertad, o ser arrojados a las fieras. Llevados ante los ídolos, los dos virreyes manifestaron el desprecio que aquellas falsas divinidades les inspiraban escupiendo sobre sus imágenes. Fueron conducios al circo y colocados en medio de la pista. Se soltaron a dos leones y a cuatro osos; pero las seis fieras, en vez de atacar a los indefensos mártires, se colocaron alrededor de ellos cual si trataran de protegerlos. En vista de este resultado, Decio mandó que Abdón y Senen fuesen inmediatamente degollados. Los verdugos, una vez ejecutada la orden del emperador, ataron los cuerpos de ambos mártires por los pies y, tirando de ellos, los llevaron a rastras hasta un lugar en el que había una estatua dedicada al sol, y delante de esta imagen los dejaron abandonados. De allí los recogió tres días después un subdiácono llamado Quirino, que los transportó a su casa y en ella los enterró. Estos dos santos padecieron su martirio hacia el año 253. En tiempos de Constantino ambos mártires y otros dos más se aparecieron al emperador y le comunicaron dónde se hallaban sepultados. Los cristianos exhumaron sus cuerpos y los trasladaron al cementerio de Ponciano. Muchos son los beneficios que desde entonces el Señor, por mediación de ellos, viene haciendo a favor de la población.